viernes, 2 de mayo de 2014

PRÓLOGO

El 12 de enero de 2013 más de 800 de los 1170 trabajadores que formaban parte del Ente Público Radio Televisión Madrid fueron despedidos. Casi al mismo tiempo, los empleados recibieron en sus casas el burofax que les condenaba al paro. La Comunidad de Madrid alegó que las razones del despido colectivo eran económicas. Los datos, sin embargo, lo desmentían. El presupuesto de Telemadrid para 2013 solo se recortaba un 34 por ciento. La reducción de la plantilla, en cambio, era del 73 por ciento. Los directivos, cuyos sueldos eran superiores en muchos casos a los 100.000 euros anuales continuaban ocupando sus cargos. Una tercera parte de los redactores, la mayoría de ellos fichados durante el mandato de Esperanza Aguirre, también. Fuera de la cadena quedaban la práctica totalidad de los técnicos y los periodistas que más tiempo llevaban en la casa. Fue el día más amargo de Telemadrid.
  
Los trabajadores despedidos, -que, al menos desde 2006, veníamos denunciando la manipulación y el sesgo político ejercidos desde la dirección de Telemadrid- iniciamos entonces una larga batalla legal: el Tribunal Supremo avaló el 26 de marzo de 2014 el fallo del Superior de Justicia de Madrid, que declaraba improcedente el despido colectivo. La sentencia aumentaba la cuantía de las indemnizaciones, pero no nos devolvía nuestros puestos de trabajo.
  
El drama era personal porque afectaba a cerca de un millar de profesionales. Pero también era colectivo e incumbía a toda la sociedad madrileña, porque suponía el final de un modelo de radio televisión pública. Durante bastante más de dos décadas Telemadrid y Onda Madrid han sido parte de nuestras vidas, nos han informado y entretenido, han permitido que la realidad más cercana entrase en nuestras casas. Primero lo hizo la radio, el 19 de febrero de 1985; la televisión llegó el 2 de mayo de 1989.
  
Al principio no fue fácil. La mayoría de los profesionales que llegaron entonces a Telemadrid y Onda Madrid eran jóvenes e inexpertos, pero poseían una ilusión desbordante y traían ideas nuevas. Frente a la anquilosada estructura de RTVE, nacía un periodismo audiovisual completamente nuevo en España, más cercano y dinámico. Aquellos primeros años fueron el germen de un estilo que pronto imitaron otros medios. A base de esfuerzo Telemadrid logró ganarse la confianza de los madrileños. Algunos de aquellos periodistas novatos de la primera ola (Hilario Pino, Juan Pedro Valentín, Fernando Olmeda) se convirtieron en estrellas y emigraron a otros medios, pero el sello permaneció. Los Telenoticias eran atractivos, ágiles y creíbles. Programas como Madrid Directo alcanzaron enorme popularidad y otras cadenas copiaron literalmente su formato. Primero durante el gobierno socialista de Joaquín Leguina y desde 1995 con el gobierno conservador de Alberto Ruiz-Gallardón, la radio y la televisión públicas de Madrid mantuvieron un respetable índice de pluralidad e independencia. Y eso, unido a la calidad de los programas y al crédito de los profesionales que los hacían, permitió que las audiencias creciesen hasta elevarse por encima del 20% del share entre 1997 y 1999. Los ciudadanos de Madrid se identificaban con Telemadrid. Los teléfonos de la redacción no cesaban de sonar. Aquella era la tele de los madrileños.
  
Todo cambió en 2003. El triunfo de Esperanza Aguirre en las segundas elecciones autonómicas que se celebraron aquel año (las primeras fueron anuladas por el Caso Tamayo) implicó la quiebra del modelo del Ente Público. Telemadrid dejó de estar al servicio de los ciudadanos para ponerse al servicio de los políticos. Uno tras otro los periodistas de la casa, singularmente los vinculados a los Telenoticias, quedaron relegados a funciones poco o nada relevantes. Si muchos de ellos no fueron despedidos, se debió a que habían aprobado una oposición y eran trabajadores fijos. Otros decidieron marcharse voluntariamente a la competencia. Y comenzó el desembarco de directivos y periodistas sin duda más complacientes con los deseos de la nueva jefatura. Se creó lo que los sindicatos llamaron redacción paralela, una duplicación de puestos de trabajo que elevó la deuda de la cadena hasta los 260 millones de euros. La respuesta de la audiencia fue la esperada. Cada año que pasaba Telemadrid perdía espectadores y los ingresos publicitarios menguaban hasta extremos insoportables. En 2013 el curso se cerró por debajo del 4% del share. La nueva Ley General de la Comunicación Audiovisual y la Reforma Laboral de Mariano Rajoy han dejado el camino libre de obstáculos, y el Gobierno de la Comunidad de Madrid pudo ejecutar la estocada final, tantas veces soñada: un despido colectivo que dejaba en la calle a más del 70% de la plantilla, precisamente aquella que ayudó a construir Telemadrid, para salvar únicamente a los artificieros del derrumbe.
  

Se sentirán decepcionados, sin embargo, quienes esperen encontrar aquí un relato escrito desde el resentimiento. Solo he tratado de explorar los recuerdos de los profesionales -periodistas, realizadores, operadores de imagen, técnicos de sonido, productores, documentalistas- que hemos dedicado parte de nuestras vidas a trabajar en Telemadrid. No hay ánimo de revancha. Y tampoco afán de exhaustividad. Matar a una estrella es tan solo una crónica hecha de retazos, un colage de la memoria donde a veces aflora el humor y otras lo hace la tristeza. He querido prestarle más atención a la anécdota que al dato, al episodio aislado que a una profusa reconstrucción histórica de los hechos. La memoria es siempre caprichosa y acostumbra a retener ciertos momentos y a olvidar otros. Por eso habrá quién encuentre lagunas, ausencias notables de personajes, programas y acontecimientos. Nunca ha sido mi intención adentrarme en la Historia de Telemadrid. Ya la contarán otros. Simplemente he querido rendir un pequeño homenaje a los trabajadores que hicieron posible el sueño de una televisión pública para ver después cómo se lo robaban. A todos ellos, mi agradecimiento.

domingo, 27 de abril de 2014

Capítulo 1

El guardián de las imágenes



Enero. 2013. Ciudad de la Imagen.

Una alerta salta en el ordenador de Ramón Saavedra, auxiliar de videoteca. Una redactora de Informativos le ha solicitado varias cintas del archivo de Telemadrid para un reportaje que está realizando sobre el suceso ocurrido en el Madrid Arena. Es la quinta petición de material de archivo que recibe hoy. También será la última del día. Y la última de su vida. El despido colectivo aprobado por el Consejo de Administración de Telemadrid le deja en la paro a partir de mañana.
   
Ramón Saavedra tiene 58 años. Llegó a Telemadrid en mayo en 1990, doce meses después de la creación de la cadena. Desde entonces ha dedicado su vida a buscar y entregar cintas, recogerlas de nuevo y volver a ponerlas en su sitio. “Nunca tardo más de tres minutos en encontrar lo que me piden”, dice con orgullo. Buscar, entregar, recoger, colocar... La tarea parece fácil, pero solo lo es para Ramón. En la videoteca de Telemadrid hay más de 400.000 cintas, distribuidas en tres plantas a las que se accede desde un montacargas. También hay miles de discos de vinilo y discos digitales pertenecientes al archivo de Onda Madrid. Allí se guardan todos los programas que se han emitido en Telemadrid, entre ellos los más de 8.000 Telenoticias (según un cálculo apróximado, unas 150.000 noticias y 2.000.000 de imágenes) que han llegado a nuestras casas desde 1989. Desde la creación del archivo digital, hace muy poco tiempo, los redactores no solicitan tantas cintas de videoteca como antes y Ramón viaja menos en el montacargas, pero cada vez que entra en la sala -tan grande y, sin embargo, tan acogedora- se siente como en casa. La videoteca es un lugar especial. Allí nunca entran los directivos de la cadena. Ningún director general la ha pisado jamás: "En cierta ocasión se presentó allí uno que era subdirector y le tuve que echar porque no se identificó", dice con la autoridad del buen centinela. Tampoco forma parte del itinerario de visitas guiadas para estudiantes y jubilados que Telemadrid organiza por todo el edificio. Por eso las paredes están llenas de fotografías de equipos de fútbol y de mujeres en ropa interior. También hay un gran escudo del Atlético de Madrid -el equipo de Ramón- un viejo microondas y hasta un cenicero con unas cuantas colillas apagadas. ¡Sí, allí se fuma!
  
Sin embargo, el caos es solo aparente. Esas más de 400.000 cintas, analógicas y digitales, están cuidadosamente ordenadas por categorías y fechas en las estanterías que Ramón y sus colegas del departamento tuvieron que montar cuando, en 1997, Telemadrid se mudó a la Ciudad de la Imagen: “No había nada, tuvimos que hacerlas nosotros mismos, buscando material entre cajas apiladas. Estábamos muy involucrados con nuestro trabajo y no nos importaba hacer las horas que fuese. Llegábamos a casa con la camiseta bien sudada. Pensábamos que, con el nuevo edificio, esto iba a ser la panacea, pero desde que vino Esperanza Aguirre todo se ha deteriorado. Telemadrid es para mí como un hijo, y me duele ver cómo ha acabado”.
   
Ramón percibe uno de los sueldos más bajos de la plantilla porque pertenece a una de las categorías peor remuneradas. Los auxiliares de videoteca nunca han estado bien pagados. Además padece artrosis desde hace cinco años y tiene que ayudarse de un bastón para caminar. Aun así, en apenas dos minutos y medio consigue localizar las cuatro cintas que la redactora de informativos le ha pedido: misión cumplida, una vez más. En cierto modo, cuando mira a su alrededor, Ramón Saavedra se siente el hombre más poderoso de Telemadrid. El Guardián de las Imágenes. Sabe que, si hoy prendiese una cerilla, el mayor patrimonio de la casa, su archivo audiovisual, se perdería para siempre. También sabe que nunca lo hará, aunque éste sea su último viaje a la videoteca, el verdadero museo de Telemadrid: su Sancta Sanctorum. Porque, en efecto, cada una de esas cintas forma parte de la historia reciente de Madrid. Desde la primera Betacam SP que llegó a la videoteca -una corrida de toros de la Feria de San Isidro de 1989- miles de programas, informativos, retransmisiones deportivas, películas, series, concursos y un sinfín de grabaciones han llenado esas baldas hasta crear el mayor diario audiovisual de los últimos 23 años de la Comunidad de Madrid.
 
 Decidimos escoger algunas de esas grabaciones al azar:
   -Junio de 1990. Reportaje sobre la creación de una Plataforma para mejorar la Sanidad en los pueblos del Sur de Madrid.
  
  -Noviembre de 1993. Retransmisión del Debate sobre el Estado de la Región en el que participaron Joaquín Leguina (PSOE), Alberto Ruiz-Gallardón (PP) e Isabel Villalonga (IU).
      
    -Diciembre de 1997. Partido de la Liga: Real Madrid, 3; Atlético de Madrid, 1.
   
    -Junio de 2003. Remontando el Tajo: Capítulo 3 de la serie Madrid desde el aire.
       
    -Febrero de 2006. Reportaje sobre el incendio ocurrido en el edificio Windsor.
  
Volvemos a dejarlas en su sitio. Ramón se da cuenta de que ya no habrá más cintas que ordenar ni más estanterías que construir. Sube por última vez al montacargas, con las cuatro cintas del Madrid Arena en la mano. Le duelen las articulaciones, igual que otras veces, pero ahora se trata de un dolor mucho más profundo. Al llegar a la sala superior, donde los redactores recogen sus pedidos, encuentra a una joven periodista a la que antes ha visto un par de veces.

   -Llevo un rato esperando.
   -Ahí tienes. Tus cuatro cintas.
La redactora recoge las cintas y se marcha sin responder y a toda prisa.
   -Gracias a ti, guapa.

   

  

Si un político decide cerrar o privatizar una televisión pública no solo enterrará su futuro. También su pasado. Porque su patrimonio se perderá o dejará de ser de todos. Ramón, en cambio, ha decidido que ya solo le interesa su futuro, por incierto que sea: "Me iré al pueblo, a Argés, que está cerca de Toledo, y allí meditaré. Y luego puede que me vaya a Paraguay, con mi pareja. Ya no creo que pueda volver a trabajar”. 

sábado, 26 de abril de 2014

Capítulo 2

Primero llegó el sonido.


Marzo. 1985. El origen.

El viernes 1 de marzo de 1985 se celebró una fiesta en el Palacio de Exposiciones y Congresos de Madrid. Asistieron varios cientos de personas, entre ellas el presidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina. Los discursos fueron breves y hubo algo de charanga: una asociación recién creada de chulos y manolas animó el convite. Lo institucional y lo castizo se unieron aquel día para dar la bienvenida a Onda Madrid. Jorge Martínez Reverte, el primer director general de la criatura, tomó entonces la palabra, según publicó el diario El País: “Se trata de una radio pública, participativa, pluralista y democrática, que por su propia filosofía queda abierta a todo el mundo”.
   
La emisión en pruebas había empezado unos días antes. Desde el 19 de febrero, Onda Madrid podía sintonizarse en el 101.3 del dial FM. La emisora se encontraba en la Calle García de Paredes, en la primera planta de un edificio que compartía con la Delegación de Gobierno de Madrid. Había tres estudios –un control central, otro de continuidad y otro de grabación-, las paredes eran de color verde y el suelo naranja. Veinte periodistas –diez redactores y diez auxiliares de redacción- además de un buen número de técnicos y administrativos se incorporaron a la nueva empresa pública, que comenzó a emitir sin interrupción durante las 24 horas del día. Sin hacer demasiado ruido, una nueva y dicharachera compañera se había instalado en las casas de los madrileños.
  
El proceso de selección de personal fue muy reñido. Dos mil periodistas se presentaron a las primeras oposiciones. Luis Greciano, que había obtenido plaza como funcionario en un ayuntamiento del sur de la Comunidad, era uno de los aspirantes: “Mi familia quería que fuese abogado, pero yo había decidido ser periodista y estaba dispuesto a abandonar un trabajo seguro por algo que todavía estaba en gestación. Tuve que pasar tres exigentes pruebas para poder convertirme en… ¡auxiliar de redacción!”.  El primer examen consistía en un test de actualidad: los candidatos debían responder a cien cuestiones sobre asuntos que aparecían en la prensa. A continuación, en una segunda prueba, tenían que demostrar sus conocimientos sobre la realidad autonómica, elaborar una noticia y entrevistar a un personaje. La prueba definitiva era de locución. La convocatoria de estas pruebas se anunció través del BOCAM. Los veinte redactores que finalmente aprobaron comenzaron a trabajar en Onda Madrid en Febrero de 1985. Luis Greciano fue uno de los elegidos: “Nunca me he arrepentido de elegir este camino Como periodista he vivido los mejores y más enriquecedores años de vida” dice hoy, poco después de su despido.

Tiempos precarios.

Onda Madrid contaba con tres unidades móviles, una principal y dos auxiliares. El vehículo principal era un auténtico estudio de radio ambulante; los auxiliares eran dos modestos Citroën AX: un par de tartanas, vaya, que se tambaleaban cada vez que el técnico tenía que desplegar la antena situada en el techo. Tras un cursillo rápido –demasiado rápido, quizás- que les permitió familiarizarse con la tecnología, los jóvenes reporteros se lanzaron a la calle. La primera cobertura en directo la hizo un periodista que se hacía llamar Gustavo Vallecas –y no Gustavo Adolfo Tardón, como reflejaba su partida de nacimiento- en un gesto de vindicación del barrio donde nació: “Aquella primera crónica trataba sobre la remodelación de la Puerta de Sol. Después hubo muchas más. Yo estaba siempre en la calle. Conectaban conmigo varias veces a día desde distintos sitios para el magazine de la mañana. Y no siempre teníamos la unidad móvil. A veces no quedaba más remedio que entrar en directo desde una cabina telefónica. Llevaba una grabadora y una cinta de casette. Al tiempo que contaba lo que había sucedido, tenía que estar pulsando al play y al stop para que entrasen bien los cortes. Tenías que ser muy hábil, pero al final era cuestión de práctica y, más o menos, la cosa salía". Tampoco era extraño que los redactores hiciesen la llamada desde un bar: el plumilla de turno desarmaba literalmente el teléfono del local ante el asombro de su dueño para pinchar el casette directamente al auricular y conectar con la emisora. Encargados y camareros solían ser bastante comprensivos con los pobres informadores.
   
Gustavo se había fogueado, en el periodismo y en la vida, como freelance. Era un verdadero todoterreno. Fotografiaba escenas de la vida cotidiana de los jóvenes de Vallecas que después publicaba en revistas como Sábado Gráfico, Interviú Diario 16. Latía en aquellas crónicas de barrio la obsesión por la mirada, por captar la esencia de las cosas, de los acontecimientos y de las personas. Sus crónicas sobre el traslado de los chabolistas de Vallecas al nuevo barrio de Fontarrón y a las Nuevas Palomeras, un hito del urbanismo social europeo, son hoy un fabuloso documento histórico. Pero eran tiempos duros para la profesión. A principios de los años 80, el país atravesaba una grave crisis económica. Los jóvenes periodistas recién salidos de la facultad no tenían muchas oportunidades. Los trabajos eran precarios y apenas se hacían contratos laborales. Gustavo recuerda cómo, en cierta ocasión, harto de que Pedro J. Ramírez le adeudase sine die el pago de los reportajes gráficos que él entregaba con puntualidad, se llevó una máquina de escribir del despacho del director de Diario 16. Melchor Miralles, entonces jefe de la sección de Local, trató de impedirlo. En la misma puerta del edificio, Gustavo fue interceptado por un agente de policía nacional, le confiscaron la vieja Olivetti y le condujeron a Comisaría de San Blas en un furgón policial.

  -¿Por qué lo has hecho?  –espetó el Comisario.
Gustavo le mostró los reportajes que había publicado en Diario 16.
  -Esto lo he hecho yo, señor comisario, y en tres meses no he visto una pela.
  -¿De verdad que lo has hecho tú? Entonces, chaval, vuelve al periódico y llévate esa máquina de escribir, que te la has ganado. Y no vuelvas por aquí.

Apropiarse de máquinas de escribir ajenas debía estar considerado entonces un delito menor, sobre todo si el mangante era un periodista necesitado. José Antonio Alfonso también tuvo que tomar prestada indefinidamente una para poder escribir. Lo hizo de la segunda planta del edificio de García de Paredes, donde trabajaban los administrativos de la delegación de Gobierno. Cuando llegó a la emisora era un becario de 20 años que estudiaba 3º de Periodismo. La redacción había comenzado a funcionar ese mismo día y no había máquinas para todos, de modo que al último en llegar le tocaba escribir a lápiz. Pero Alfonso -a quien pronto comenzaron a llamar Managua por su afición a debatir con vehemencia sobre la Revolución Sandinista- supo ingeniárselas: “Fue bastante fácil: aproveché que por la tarde los funcionarios no trabajaban para subir y coger una”. Y así, gracias a aquella Lexicon 80 negra y de carro grande, imperfecta porque le faltaba una letra, pudo escribir su primera crónica para Onda Madrid. Después, durante los 28 años que permaneció en la casa, tendría tiempo de escribir muchas más.
  
Eran los tiempos del papel tricopia y de los rollos interminables de teletipos, así que la imaginación era una cualidad muy valiosa: “Un día se nos vino el mundo encima –recuerda Managua-. Resulta que se estropearon los teletipos, no había ordenadores, no teníamos convocatorias. El editor estaba  atemorizado y se fue corriendo a la Agencia EFE a buscar los rollos de teletipo. Apareció cuatro horas después con un montón de noticias bajo el brazo. Pero llegó tarde, porque mientras él había estado fuera los redactores nos pusimos a llamar a las asociaciones de vecinos y a gente que conocíamos, y entre todos sacamos adelante aquel Informativo. Y fue el mejor que recuerdo, porque pudimos contar lo que estaba pasando a nuestro alrededor, y todas las noticias que dimos eran nuestras. Eran primicias”.

La Voz de los madrileños.

La ilusión de los trabajadores compensaba con creces la precariedad de medios. Los redactores del magazine matinal –A todo Madrid, dirigido por Magín Revillo- entraban a trabajar a las dos de la madrugada porque el programa empezaba a las seis y se prolongaba hasta el mediodía. Cada cuarto de hora había un boletín informativo que debía aportar nuevas noticias o actualizar datos en las ya existentes. Félix Ortega, el subdirector de Onda Madrid, había trabajado en EEUU y pretendía introducir en España un nuevo modelo de periodismo radiofónico, más vivo y ligado a la actualidad, pero el programa carecía de redactores suficientes para tamaña ambición.
   
Blanca Landázuri, una de las pioneras de la casa, reconoce que había días en los que tenía que entrar en directo cinco o seis veces al día desde lugares distintos, improvisando el guion sobre la marcha: “Hacíamos todo tipo de noticias. Recuerdo una en la cárcel de Carabanchel. Estábamos con una unidad móvil porque había una huelga de funcionarios de prisiones, llevaba un inalámbrico que debía pesar unos doce kilos, pasé todos los controles y, cuando ya estaba dentro, estalló un motín. Los reclusos aprovecharon que todos los guardias estaban reunidos y se amotinaron. Pude contar lo que pasaba desde dentro hasta que se agotó la batería”.
   
Según cuenta Blanca, que había llegado a Madrid desde su Soria natal para estudiar periodismo, se daba mucha relevancia a la información local. Así fue cómo descubrió cada rincón de la Comunidad de Madrid, una autonomía todavía balbuciente, pues se había constituido en 1983: “Cada día hacíamos el programa desde un lugar distinto, montábamos allí la unidad móvil y entrevistábamos a todo tipo de gente. Conocimos a personajes muy curiosos y entrañables. Hacíamos concursos, contábamos las leyendas y tradiciones del lugar, y divulgábamos su historia y su gastronomía. Recorríamos los pueblos y nos convertíamos en noticia allí donde íbamos: los ayuntamientos colocaban carteles para anunciarnos y los vecinos nos recibían con los brazos abiertos. El objetivo era hacer Comunidad de Madrid. Había pueblos a los que nunca antes había ido una radio”. Con la información política sucedía algo parecido. Las instituciones de la Comunidad de Madrid eran aún bastante desconocidas por los ciudadanos y hubo que trabajar desde cero. Pepe Frutos era el redactor que se ocupaba de la información del Gobierno regional: “Entonces existía una gran confusión. Mucha gente no sabía qué funciones tenían la Asamblea de Madrid, las consejerías, la delegación de Gobierno o los ayuntamientos”.
   
Frutos, como tantos otros jóvenes de la época, decidió ser periodista a finales de los años 70, después haber visto por televisión decenas de capítulos de la serie Lou Grant, en la que se radiografiaba el trabajo cotidiano de la redacción de un diario de Los Ángeles. Aquélla era una visión algo idílica del periodismo: la ética y el compromiso prevalecían siempre sobre lo inmoral, aunque la sombra de la corrupción nunca andaba demasiado lejos. Entre la joven redacción de Onda Madrid palpitaba ese mismo sentimiento de lealtad hacia la noticia, hacia un público que tenía derecho a conocer siempre la verdad. El clima que se respiraba era de libertad porque los políticos de turno apenas intervenían y los directivos de la emisora concedían un amplio margen de confianza a los profesionales. Pepe Frutos subraya que “cuando el periodismo y la política chocaban se imponía el periodismo porque no existía el miedo”; Para Blanca Landázuri, aquélla era una radio “muy heterodoxa y muy libre”; Managua prefiere definirla como “indómita”; y Gustavo Vallecas asegura que la información que se trataba de hacer era “libre, veraz, plural y contrastada”, cuatro adjetivos que menciona siempre que habla de su trabajo.
  
De aquella época, el periodista vallecano solo recuerda un pequeño conflicto. Fue en un acto del Ayuntamiento. Juan Barranco, entonces alcalde de Madrid, estaba colocando la primera piedra de unas futuras piscinas, cuando se dirigió a unos niños y les dijo: “Mirad, chavales, dentro de un año en este solar habrá unas piscinas municipales donde os podréis bañar”. A Gustavo aquello le pareció indigno: “Era propaganda política, así que le puse la grabadora al chaval y le pregunté cómo sabía si lo que el alcalde le estaba diciendo era verdad. Barranco se enfadó, me dijo que le tenía harto y después llamó a la redacción para exigir una disculpa pública, porque aquello se había emitido tal como sucedió. Yo me negué a disculparme. Pensé que había hecho lo correcto. Creo que Juan Barranco, al menos en aquel momento, perdió el control. En general no era mal tipo".
  
Blanca Landázuri vivió un incidente parecido. Sucedió mientras cubría unas elecciones sindicales en la ONCE. “Entrevisté a los representantes sindicales. A Miguel Durán, entonces presidente de la organización, no debió gustarle, porque llamó a mis jefes para advertirles que, si esa información se daba, él retiraba la publicidad de la cadena. Reverte le dijo que podía hacer lo que quisiera. La información se emitió tal cual. Estuvimos cinco o seis meses sin publicidad de la ONCE”.
  
Según Managua, “en aquellos primeros tiempos convivían dos modelos radiofónicos, uno de información más clásica, rigurosa y comprometida con los ciudadanos, y otro modelo más alternativo”. El polo bohemio y posmoderno lo encarnaba el propio director general, el novelista e historiador Jorge Martínez Reverte, bien escudado por cierto número de vanguardistas, sobre todo en el campo musical. A mediados de los años 80, Madrid se desperezaba del fulgor de la movida, que tanto debía a las ondas hertzianas, y la creatividad seguía en buena forma incluso después de la resaca. Existía la creencia de que una vuelta de tuerca más era todavía posible. Por eso, en 1988 el 60 por ciento de la programación de Onda Madrid era musical, con espacios tan variados como originales: “Un programa de flamenco presentado por Juan Verdú, otro de música latina y hasta uno de heavy metal que se emitía en un horario disparatado –de tres a cinco de la madrugada- y recibía más de 170 llamadas en directo todas las noches”, afirma, todavía alucinado, José Antonio Alfonso.
  
Una anécdota, relatada por Pilar Barinaga, que entonces trabajaba en el departamento de publicidad, resume la personalidad del atípico director general: “Había una becaria en la redacción. Se llamaba Rocío del Cerro. Un día, mientras preparaba una información, se quedó sin tabaco. Vio a un tipo que pasaba por allí:
  
   -Perdona, majo, puedes bajar al bar a comprarme un paquete de tabaco. Te doy los veinte duros.
   -Ahora mismo voy.
A los diez minutos, el tipo regresó con el paquete de tabaco y el cambio. Rocío le dio las gracias y siguió enfrascada en su crónica. Al cabo de unos días, el tipo volvió a pasar por la redacción.
    -Anda, ahí está ese señor tan majete que el otro día me fue a comprar tabaco.
   -Es el director general -le respondió una compañera.
Y Rocío, toda avergonzada, fue a esconderse al baño”.   
  
Con una programación tan abierta a la imaginación como aquélla, adquirían pleno sentido espacios como el que presentaba Teresa Carazo: “Se titulaba La ventana de Nicéforo. Era un programa de historia de la fotografía que yo les propuse. Hacer algo así en la radio parecía disparatado, pero funcionó muy bien. Organizábamos concursos y recibíamos un montón de llamadas”. Después de aquella experiencia tan insólita, Teresa –soriana como Blanca- se empapó de la cultura popular madrileña, acudiendo cada mañana a un mercado de abastos para enseñarnos a preparar recetas de cocina en el programa de Magín Revillo.
  
Puede que la nostalgia disimule algunas sombras, pero no las encubre. Pilar Vázquez de Prada es especialmente crítica con aquellos primeros tiempos: “A veces se echaba en falta algo más de profesionalidad por parte de los responsables”, y recuerda un trágico suceso que se produjo en Madrid el 12 de abril de 1985, apenas dos meses después del comienzo de las emisiones: un atentado terrorista, el primero atribuido en España a la Yihad Islámica, que causó 18 muertos en el restaurante El Descanso: “Aquel día los directivos fueron incapaces de reaccionar. En ese momento se estaba emitiendo un programa de humor y no fueron capaces de cortarlo para informar en directo de aquel suceso, a pesar de que casualmente había una periodista en el lugar de los hechos”. Pilar, que después se especializaría en información internacional, sostiene que “los políticos no creían en la Radio. El propio Leguina pretendía cerrarla, no era consciente de la importancia que podía tener. Ni siquiera el director general confiaba demasiado en el proyecto. Y tampoco es que hubiese una conciencia ciudadana. Quienes sí creíamos éramos los trabajadores. Y fue gracias a nosotros que aquello fue creciendo”.
  
Según datos del CIS, en 1987 la audiencia de Onda Madrid era de 70.000 personas. Había una plantilla de 120 empleados. Las pérdidas acumuladas durante los tres primeros años ascendían a 700 millones de pesetas (unos 4.200.000 euros) y los ingresos por publicidad eran escasos.         

Nadie espera, sin embargo, que un medio de comunicación público sea rentable. Lo único que puede esperarse de él es que cumpla una función social. Fue precisamente ese propósito de servicio útil para la ciudadanía el que permitió que comenzase a fraguarse, aquel mismo año, la idea de una televisión pública en la Comunidad de Madrid. 

viernes, 25 de abril de 2014

Capítulo 3

Buenas tardes, señoras y señores.


2 de mayo de 1989.

“Buenas tarde, señoras y señores. Hoy 2 de mayo y en este momento, comienza la emisión en pruebas de un nuevo canal de televisión”. Isabel Prinz pronunció aquellas breves palabras y, de inmediato, se desplegó sobre la pantalla una cortinilla con la estrella pentacolor justo en el centro y el nombre de Telemadrid sobreimpresionado debajo. El mensaje inaugural fue escueto, pero la expectación entre la población era mayúscula.

En 1989 la oferta televisiva en Madrid se reducía a los dos únicos canales que poseía RTVE. Por primera vez desde que en 1956 llegó a España la Televisión, los madrileños contábamos con un tercer canal. Fue concebido como servicio público, creado para la información y el entretenimiento, y destinado a ocuparse de las cuestiones más cercanas al ciudadano. Madrid se ponía de este modo a la altura de País Vasco, Cataluña, Galicia y Andalucía, que desde hacía tiempo presumían de sus propios canales autonómicos. Aquel 2 de mayo de 1989 el acontecimiento más notable de la fiesta de la Comunidad de Madrid fue precisamente el nacimiento de Telemadrid. La cadena pública se estrenó con la retransmisión de una corrida de toros desde Las Ventas, la emisión de un reportaje sobre los habitantes de la región –que se titulaba Tal como somos- y la proyección de la película de romanos Ben Hur.
   
La idea había comenzado a gestarse aproximadamente dos años antes. La Ley del Tercer Canal de Televisión de 1983 autorizaba a los Gobiernos autonómicos a romper el monopolio televisivo que hasta entonces había detentado el Gobierno central. Como condición, debían cumplir las mismas reglas que regulaban a RTVE. Entre ellas, y según el artículo 5 de la norma:

)  La objetividad, veracidad e imparcialidad de las informaciones.
b)  La separación entre informaciones y opiniones, la identificación de quienes sustenten estas últimas y su libre expresión con los límites del apartado cuarto del artículo 20 de la Constitución.
c)  El respeto al pluralismo político, religioso, social, cultural y lingüístico.
d)  El respeto al honor, la fama, la vida privada de las personas y cuantos derechos y libertades reconoce la Constitución.
e)  La protección de la juventud y de la infancia.
f)  El respeto a los valores de igualdad recogidos en el artículo 14 de la Constitución.

Fue Jorge Martínez Reverte, director en funciones del Ente, quien propuso al Consejo de Administración la creación de un canal de Televisión. Tras varios debates entre los partidos políticos con representación en la Asamblea de Madrid, se eligió como presidente a Javier García Fernández, entonces director de Visa España; y como director general a Pedro Erquicia, un periodista de larga trayectoria en TVE, artífice del que aún hoy sigue siendo programa decano de la televisión en España, Informe Semanal. Erquicia se puso al frente de un equipo de solo 28 personas para crear los contenidos de la nueva televisión autonómica. 




jueves, 24 de abril de 2014

Capítulo 4

Una televisión cercana.


Octubre.1989. Primer Telenoticias.



La experiencia del 2 de mayo fue un pequeño éxito. Se habían puesto los cimientos, pero todavía hacía falta mucho rodaje. Durante todo un verano ese reducido grupo humano trabajó con denuedo en la sombra antes del inicio de las emisiones regulares. Otros se fueron uniendo al equipo después de aprobar las primeras oposiciones que se convocaron. María Enguídanos pasó la prueba como realizadora: “Durante un tiempo estuvimos haciendo Informativos números cero, hasta que por fin el 1 de octubre emitimos el primer Telenoticias. Nos pareció un milagro. Cuando acabó estábamos flotando a un metro del suelo. Por el estrés, por la alegría, por todo. Hubo muchos fallos. La grúa no se movió porque una de mis ayudantes se había quedado paralizada, pero estábamos todos muy contentos.”

Hilario Pino fue el presentador de aquel primer Telenoticias, que informó de la visita de los Reyes a Polonia, de la posible ruptura entre el PSOE y UGT y, naturalmente, del inicio de las emisiones regulares de la cadena, El propio monarca, desde Varsovia, dio a bienvenida al nuevo medio de comunicación: "Como vecino de Madrid me es muy grato saludar el nacimiento de esta nueva televisión, que estoy seguro que contribuirá a que nos conozcamos mejor e incrementará la difusión de nuestra realidad en vísperas de los acontecimientos que nos esperan en 1992". 


En declaraciones recogidas por el diario El País durante la fiesta de inauguración que se celebró en el Florida Park, el director general de la cadena, Pedro Erquicia, calificó de "milagro" el hecho de poner en marcha una televisión en apenas cinco meses y afirmó que "como periodista, no puedo menos que sentir una gran alegría por el nacimiento de un nuevo medio informativo, dirigido fundamentalmente a gente con menos oferta en comunicaciones y a una sociedad, como la madrileña, cosmopolita".


Veinteañeros al mando.


"Éramos todos muy jóvenes" recuerda María Enguídanos: "Pero teníamos muchas ganas de trabajar y eso el espectador lo notaba. Cuando pasaba algo en Madrid éramos los primeros en enterarnos y en salir en directo desde cualquier parte. El primer directo lo hicimos desde el Retiro y nos pareció un triunfo, pero después vimos que podíamos hacer cualquier cosa porque nos movíamos muy rápido. No había otro secreto. Aquel primer año nos fuimos a Berlín para cubrir la caída del Muro y emitimos desde allí todo el Telenoticias. Solo éramos cuatro: Hilario Pino, Susana Pfingsten, un productor y yo, todos con menos de 30 años y sin apenas medios, pero allí estábamos los chavales de Telemadrid, sin complejos y rodeados de las televisiones del mundo entero".

Al plató de realización de María todavía no había llegado el técnico de la radio Luis Gándara, pero cuando lo hizo como ayudante de realización solo unos meses después, fue para quedarse: "Todo lo que sé lo he aprendido de ella". Luis y María han compartido durante más de dos décadas una relación personal y profesional. Tienen tres hijos. Llegaron a Telemadrid prácticamente juntos y se marcharon juntos, el 12 de enero de 2013. Como ellos, decenas de parejas que se conocieron en Telemadrid tuvieron idéntico e injusto destino.