viernes, 2 de mayo de 2014

PRÓLOGO

El 12 de enero de 2013 más de 800 de los 1170 trabajadores que formaban parte del Ente Público Radio Televisión Madrid fueron despedidos. Casi al mismo tiempo, los empleados recibieron en sus casas el burofax que les condenaba al paro. La Comunidad de Madrid alegó que las razones del despido colectivo eran económicas. Los datos, sin embargo, lo desmentían. El presupuesto de Telemadrid para 2013 solo se recortaba un 34 por ciento. La reducción de la plantilla, en cambio, era del 73 por ciento. Los directivos, cuyos sueldos eran superiores en muchos casos a los 100.000 euros anuales continuaban ocupando sus cargos. Una tercera parte de los redactores, la mayoría de ellos fichados durante el mandato de Esperanza Aguirre, también. Fuera de la cadena quedaban la práctica totalidad de los técnicos y los periodistas que más tiempo llevaban en la casa. Fue el día más amargo de Telemadrid.
  
Los trabajadores despedidos, -que, al menos desde 2006, veníamos denunciando la manipulación y el sesgo político ejercidos desde la dirección de Telemadrid- iniciamos entonces una larga batalla legal: el Tribunal Supremo avaló el 26 de marzo de 2014 el fallo del Superior de Justicia de Madrid, que declaraba improcedente el despido colectivo. La sentencia aumentaba la cuantía de las indemnizaciones, pero no nos devolvía nuestros puestos de trabajo.
  
El drama era personal porque afectaba a cerca de un millar de profesionales. Pero también era colectivo e incumbía a toda la sociedad madrileña, porque suponía el final de un modelo de radio televisión pública. Durante bastante más de dos décadas Telemadrid y Onda Madrid han sido parte de nuestras vidas, nos han informado y entretenido, han permitido que la realidad más cercana entrase en nuestras casas. Primero lo hizo la radio, el 19 de febrero de 1985; la televisión llegó el 2 de mayo de 1989.
  
Al principio no fue fácil. La mayoría de los profesionales que llegaron entonces a Telemadrid y Onda Madrid eran jóvenes e inexpertos, pero poseían una ilusión desbordante y traían ideas nuevas. Frente a la anquilosada estructura de RTVE, nacía un periodismo audiovisual completamente nuevo en España, más cercano y dinámico. Aquellos primeros años fueron el germen de un estilo que pronto imitaron otros medios. A base de esfuerzo Telemadrid logró ganarse la confianza de los madrileños. Algunos de aquellos periodistas novatos de la primera ola (Hilario Pino, Juan Pedro Valentín, Fernando Olmeda) se convirtieron en estrellas y emigraron a otros medios, pero el sello permaneció. Los Telenoticias eran atractivos, ágiles y creíbles. Programas como Madrid Directo alcanzaron enorme popularidad y otras cadenas copiaron literalmente su formato. Primero durante el gobierno socialista de Joaquín Leguina y desde 1995 con el gobierno conservador de Alberto Ruiz-Gallardón, la radio y la televisión públicas de Madrid mantuvieron un respetable índice de pluralidad e independencia. Y eso, unido a la calidad de los programas y al crédito de los profesionales que los hacían, permitió que las audiencias creciesen hasta elevarse por encima del 20% del share entre 1997 y 1999. Los ciudadanos de Madrid se identificaban con Telemadrid. Los teléfonos de la redacción no cesaban de sonar. Aquella era la tele de los madrileños.
  
Todo cambió en 2003. El triunfo de Esperanza Aguirre en las segundas elecciones autonómicas que se celebraron aquel año (las primeras fueron anuladas por el Caso Tamayo) implicó la quiebra del modelo del Ente Público. Telemadrid dejó de estar al servicio de los ciudadanos para ponerse al servicio de los políticos. Uno tras otro los periodistas de la casa, singularmente los vinculados a los Telenoticias, quedaron relegados a funciones poco o nada relevantes. Si muchos de ellos no fueron despedidos, se debió a que habían aprobado una oposición y eran trabajadores fijos. Otros decidieron marcharse voluntariamente a la competencia. Y comenzó el desembarco de directivos y periodistas sin duda más complacientes con los deseos de la nueva jefatura. Se creó lo que los sindicatos llamaron redacción paralela, una duplicación de puestos de trabajo que elevó la deuda de la cadena hasta los 260 millones de euros. La respuesta de la audiencia fue la esperada. Cada año que pasaba Telemadrid perdía espectadores y los ingresos publicitarios menguaban hasta extremos insoportables. En 2013 el curso se cerró por debajo del 4% del share. La nueva Ley General de la Comunicación Audiovisual y la Reforma Laboral de Mariano Rajoy han dejado el camino libre de obstáculos, y el Gobierno de la Comunidad de Madrid pudo ejecutar la estocada final, tantas veces soñada: un despido colectivo que dejaba en la calle a más del 70% de la plantilla, precisamente aquella que ayudó a construir Telemadrid, para salvar únicamente a los artificieros del derrumbe.
  

Se sentirán decepcionados, sin embargo, quienes esperen encontrar aquí un relato escrito desde el resentimiento. Solo he tratado de explorar los recuerdos de los profesionales -periodistas, realizadores, operadores de imagen, técnicos de sonido, productores, documentalistas- que hemos dedicado parte de nuestras vidas a trabajar en Telemadrid. No hay ánimo de revancha. Y tampoco afán de exhaustividad. Matar a una estrella es tan solo una crónica hecha de retazos, un colage de la memoria donde a veces aflora el humor y otras lo hace la tristeza. He querido prestarle más atención a la anécdota que al dato, al episodio aislado que a una profusa reconstrucción histórica de los hechos. La memoria es siempre caprichosa y acostumbra a retener ciertos momentos y a olvidar otros. Por eso habrá quién encuentre lagunas, ausencias notables de personajes, programas y acontecimientos. Nunca ha sido mi intención adentrarme en la Historia de Telemadrid. Ya la contarán otros. Simplemente he querido rendir un pequeño homenaje a los trabajadores que hicieron posible el sueño de una televisión pública para ver después cómo se lo robaban. A todos ellos, mi agradecimiento.

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